lunes, 24 de noviembre de 2008

El cuaderno nuevo

Alguien me dijo hace poco que la mayoría de la gente que conoce no tiene sueños, y que se le ha vuelto una rara ocasión sostener una conversación en la que la otra persona se extendiera relajadamente en la silla y le contara algún plan bonito para el futuro. Esto me puso a pensar un poco y llegué a la conclusión de que esta persona tiene razón. La mayoría de la gente que yo conozco tampoco los tiene.

No me estoy refiriendo ni a los sueños que uno tiene por las noches, ni a los planes rutinarios de irse a la playa el fin de semana o a Margarita cuando los niños agarren vacaciones. Me refiero a esos sueños glamorosos y excitantes, en los que no se sabe qué puede pasar, en los que la incertidumbre es lo único cierto, y que cuando se cuentan despiertan suspicacia en nuestros interlocutores. Esta lo que está es soñando con pajaritas preñadas. Esos mismos.

Esto no me extraña en lo absoluto. Un ser humano normal, inmerso en el bombardeo del bolibananismo, se tiene que ver afectado. No hay, No se puede, No, NO, QUE NOOO. Una breve miradita alrededor y se consigue con un secuestrado, un atracado, un muerto. Una vueltita por la calle, para distraerse, y regresa a su casa con la ropa hecha jirones, despeinado, y sucio, casi como si hubiera sido víctima de una violación. Y más recientemente, empapado y lleno de barro. Si a eso le agregamos una dosis de Globobsesión, Noticiero Digital, Noticias24, dolarparalelo, y las últimas aventuras de las Kardashian, cualquiera termina un poquitico psicótico, o depresivo, o las dos cosas.

Muchos venezolanos están pasmados desde hace muchos años, esperando que la situación cambie para seguir avanzando con sus vidas. Se autoconvencen de que este si es el año, de que ahora si que si que se va, y se les van los meses esperando un evento que nunca llega, un golpe de aire, un aleteo de papeletas electorales que no llevan a ningún lado. Cuando vienen a ver, ya es diciembre, el antiguo mes de la navidad, ahora el mes de las elecciones (¿se recuerdan aquellos años felices en los que ese mes era únicamente sinónimo de familia, gaitas, regalos, rumbas, hallacas, pan de jamón y ponche crema?). Se acabó el año, y viene enero, con toda su carga de energía vengativa presidencial, y ahora si, este si es el año, así no llega a marzo… Estas personas han puesto toda la carga de sus responsabilidades, problemas y decisiones en un tercero. Llámese estado, presidente, oposición, situación, o lo que sea que determinaron culpable de sus males, simplemente dejaron de ocuparse de su propia vida y se sentaron a dejarla pasar.

Yo soy de la opinión de que cada persona es el único responsable de su propia felicidad. De que ir por la vida sufriendo, víctima de las circunstancias, en esa mala nota de "pobrecito yo", "nadie me ayuda", "a mi siempre me va mal", "así no hay quien pueda", es una decisión personal. De que los que andan por ahí, vacíos de sueños, es porque no quieren tenerlos.

Esta semana vi a una señora sacando de una bolsa un cuaderno recién comprado. Estaba sentada en un café, y cuidadosamente, casi con cariño, le quitó el envoltorio plástico que lo protegía, y lo miró cuidadosamente por todos lados. Se puso el cuaderno entre ambas manos, perpendicular a su rostro, y apoyada sobre la mesa, entrecerró los ojos y suspiró, con una sonrisa apenas perceptible. Me causó extrema curiosidad todo el ritual de la señora con el cuaderno, y no pude dejar de mirarla, aunque tratando de no ser descubierta para no arruinarle el momento. Después de unos segundos, sacó de la misma bolsa de donde provenía el cuaderno un bolígrafo, supongo que también nuevo, y lentamente, como disfrutando el momento, lo destapó. Abrió el cuaderno en la primera página, tomo un sorbo de su café con leche, y comenzó a escribir.

Me alejé sonriendo, secretamente identificada con la señora. Yo hago lo mismo: usualmente, mis proyectos, ideas y sueños se comienzan a materializar con un cuaderno nuevo. Corro a comprar el cuaderno más ridículamente lindo que consigo, con un bolígrafo que escriba suavecito y dure para siempre, le pongo un título evocador en la primera página, y empiezo a escribir. A veces siento que compro más cuadernos de los que puedo llenar, a veces reciclo cuadernos, ya que no siempre los proyectos son como me los imagino, a veces simplemente, el proyecto pudo más que yo y me veo obligada a abandonarlo (temporalmente, me miento, y no reciclo el cuaderno). Hay sueños que son durísimos, que implican sacrificios, abandonos, inseguridad, cambios de paradigmas, cuadernos que se llenan más lentamente que otros. Cuadernos que me hacen sentir culpable, otros que me dan un poco de miedo, otros que me dan sueño.

Sin embargo, he aprendido que los sueños más duros son los que más me hacen sonreír: sonrisa de medio lado, ojos brillantes, nudo en la garganta. Son esos los que me hacen levantarme en la mañana todos los días, los que me permiten continuar, bajo el chaparrón de desastres que es nuestra irrealidad nacional.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La Manada

Manada: f. Conjunto de ciertos animales de una misma especie que andan reunidos.

Según wiki, "es interesante estudiar el comportamiento de los animales dentro de la manada, así como su actitud del grupo frente al resto de las especies. Hasta se ven comportamientos de decisión de conjunto, como en el caso de los ciervos o búfalos".

En esta ciudad, poner un pie en la calle es marcar la tarjeta de entrada a una reunión de la Logia de los Búfalos Mojados. Lo único que me consuela es que al final del día, puedo cerrar la puerta de mi casa detrás de mi, y al ritmo cacofónico de los cornetazos del semáforo de la esquina y de los perros esquizofrénicos de los vecinos, disfruto de un espacio libre de animales. A pesar de que tengo un perro y un gato.

Un ejemplo bíblico es el semáforo de la esquina. Intersección diabólica, donde tantos conductores neófitos pierden la virginidad. Veinte metros de sangre y adrenalina, en los que ocurren todo tipo de barbaridades. En cada cambio del semáforo ocurren no menos de 5 infracciones en el horario matutino. Esas horas en las que los responsables padres caraqueños llevan a sus hijos a ser educados, después de atravesar un torrente de cornetazos, insultos e ilegalidades. Me cuentan que en ese semáforo una chica esperaba el cambio de la luz, y una doña en una camioneta la chocó por detrás. La muchacha se bajó con la boca abierta, sin entender lo que había pasado, y se acercó a su parachoques. La doña de la camioneta se bajó gritando todo tipo de indignidades, se acercó a la sorprendida muchacha, y le volteó la cara de un sonoro bofetón. "Pa que seas seria". La persona que vió esto me dice que muy a su pesar se vió obligado a arrancar, por lo que no sabe que ocurrió justo después. Afortunadamente eso no me ha pasado a mi: estaría presa.

La proeza de atravesar dicho semáforo (y en general, cualquier intersección caraqueña) solo puede llevarse a cabo a través del más puro y básico instinto animal. La mirada fija y acechante, el pie en el acelerador, el motor rugiendo, adelantando milímetro a milímetro, pendiente de que no se te metan los tres hombrilleros que esperan agazapados en tu visión perisférica. Un pequeño acelerón, de golpe, acompañado de un giro de 25 grados del volante, justo lo necesario para "pedir paso" al compañero de al lado, que ha ignorado consistentemente el pic-pic-pic de tu luz de cruce. (Esta es la llamo la maniobra Victor pues la aprendí de él, y es bastante útil si uno quiere llegar a algún lado que amerite algún cambio de canal, especialmente cuando se anda en el yappy-twitting-yellow-twingo).

Para mi, el tráfico es la representación simbólica y escalada de la actitud general de los habitantes de un país. Detrás del volante, todos somos prácticamente anónimos. Refugiados en la pseudo-seguridad de su coraza metálica, los conductores pueden perpetrar todo tipo de imbecilidades y abusos, sin casi ningún tipo de consecuencias. A menos que tenga mala suerte, o se encuentre en algún punto álgido de las alcaldías de la oposición citadina. En una ciudad donde la única ley es la del más fuerte, los más débiles nos vemos obligados a entrar en la cadena alimenticia de manera forzada y abrupta, y en contra de nuestra voluntad. Últimamente, y cada vez con mayor frecuencia, me estoy viendo obligada a luchar mano-a-mano contra otro búfalo, más fuerte y grande que yo, si quiero llegar a mi destino. Después de 10 minutos viendo como no puedo avanzar en mi semáforo porque los del otro lado insisten en comerse su luz y quedar atravesados, digamos que se me acaba la cortesía, la civilización y las ganas de perdonar, y termino embistiendo. Lo malo es que yo tengo un Twingo, y Caracas con su fantabulosa gasolina subsidiada, es la ciudad de las camionetas. Desde afuera, yo me imagino que se debe ver como una oveja, esponjada y con lacitos amarillos detrás de las orejitas, embistiendo a un búfalo de ojos enrojecitos y músculos palpitantes debajo de la piel sudorosa. (De vez en cuando se presenta la oportunidad de pasar entre las patas del búfalo, y verlo mientras me alejo por el retrovisor como se queda atrapado en el caudal, rabioso, impotente, y cornetudo).

Me niego a convertirme en un búfalo. Pretendo mantenerme en mi orilla de decencia y paz para siempre. Estoy tratando de evitar a toda costa cruzarme con la estampida de animalotes malvados y salvajes, saliendo de madrugada de mi casa, saliendo disparada de mi trabajo, usando los caminos verdes, (bueno, grises), pero a veces no me queda más remedio que salir en horario normal y toparme con ellos. En esas raras ocasiones, cierro los ojos, visualizo mentalmente a mi oveja en un estadio superior en el cual nada la puede afectar, alíneo mi chacra superior con el inferior, centro mi híster, afino el mec-meeeeeec de mi mano derecha, (mi corneta, nunca salgo sin ella), y arranco suavemente, para pararme diez metros más adelante, en la cola del día. Marco tarjeta en la reunión de la Logia, pero como orador invitado.


jueves, 6 de noviembre de 2008

Disney 101

Conozco varios empresarios importantes que sienten inclinación por contratar mujeres para ciertos puestos clave en sus empresas. Sin embargo, reconocen que la preferencia se ve limitada exclusivamente a algunos puestos. El razonamiento detrás de esta preferencia se basa en que estos individuos han observado a lo largo de los años que las mujeres suelen ser más honestas, más ordenadas y más dedicadas. Evidentemente, me aclaran, no es una regla infalible, pero mejora considerablemente las estadísticas. Incluso conozco a alguien que tiene una predilección marcada por contratar madres solteras para los puestos gerenciales, ya que cuidan más a sus trabajos que cualquier otro, y suelen ser más agradecidas cuando se les presta apoyo y se les dan buenas oportunidades. 

Yo, por mi parte, evitaría contratar mujeres con tanto cuidado como evitaría a los vampiros, hombres lobo y Death-Eaters que se presentasen a la puerta de mi negocio con un curriculum perfumado. Bueno, tal vez exagero: un vampiro sería super útil como cuidador nocturno de un almacén.

Tal vez, si no me queda más remedio, (pero de verdad que tendría que ser casi casi que a nivel de amenaza legal), contrataría a una solita y la convencería de que es la reina de la oficina, la reina del arroz con pollo y la reina pepeada, y la obligaría a usar uniforme.

Que extremista, estarán diciendo. Pero mis razones son simples y están fundamentadas en múltiples observaciones que documento con cuidado en mi memoria de mujer infalible, inborrable, e inmensa. Incluso estoy en vías de desarrollar un teorema que demostrará definitivamente el número de mujeres coexistiendo en el mismo ambiente que hace falta para que una compañía entre en resonancia. Estaba a punto de demostrar mi tesis, pero mis experimentos se vieron interrumpidos por una campaña fulminante en contra de uno de los sujetos de observación.

Una mujer, aislada de la presencia tóxica de otras de su mismo género, puede ser capaz de lograr muchas cosas. Una mujer, rodeada de muchas otras, no tanto. Es preciso aclarar algo antes de continuar: la falta de inteligencia, de proactividad, de creatividad, de responsabilidad o de carácter, no se relacionan con el sexo. Existen las mismas probabilidades de que tu compañero hombre sea un idiota a que tu compañera mujer lo sea. El problema que estoy planteando es añadido a esta situación: las mujeres tenemos una desventaja adicional en el mundo laboral, porque las pocas que sirven, se terminan autoanulando al entrar en contacto con otras.

Cuando dos hombres tienen una diferencia laboral, o incluso personal, por lo general la resuelven con un gesto agresivo, un par de palabras fuertes (¿Cual es tú problema conmigo?) una mirada iracunda, y una respuesta brusca. Después de un rato, estos dos siguen hablando, y seguramente hasta se toman las cervecitas de siempre al salir. La misma situación entre dos mujeres activa un millón de mecanismos ocultos. Elucubraciones, miradas de reojo. Un correo traicionero, certero, y disfrazado de inocencia. Un memo olvidado justo en el lugar indicado para ser visto por los ojos incorrectos. Una visita a la peluquería y la mejor pinta al día siguiente, para reunirse con el jefecito. En pocas horas, se tejió una intrincada maraña de intrigas y susurros, miradas de reojo y ojitos furtivos.

Un hombre se viste para ir al trabajo. Seguramente, está pendiente de varias cosas: su comodidad, su aspecto, y la imágen de éxito que desea proyectar. Ah, y que no lo chalequeen los compañeros: no es mentira eso de que más duelen los cachos que el chaleco. A más de uno he visto abandonar una blusita medio extravagante por haber sido objeto de las más crueles y divertidas burlas durante ocho interminables horas. Una mujer también está pendiente de eso, evidentemente. Pero también está pendiente de otras cositas. Qué se pusieron sus compañeras los días anteriores puede ser una pregunta crítica, capaz de arruinarle la semana a más de una. Quien es la primera que aparece con el último grito de la moda, es otra pregunta que mantiene más de un alma en constante vilo, ya que como sabrán, la moda también es mujer y se la pasa gritando como una guacharaca loca. Y más de una termina disfrazada de guacharaca, en su afán por andar luciendo en primicia exclusiva cuanta idiotez inventan los empresarios tratando de vender mil veces el mismo producto.

La ropa y los accesorios (incluyendo el carro, y el marido en ciertas ocasiones), son un sumidero inagotable de energías femeninas, pero lamentablemente no son el único. Conozco una psicóloga que sostiene la tesis de que las mujeres usan el peso de la misma manera que los hombres el dinero. Algo parecido a lo que yo he dicho en varias ocasiones: las mujeres están constantemente midiendo al ojo por ciento cuanto ha adelgazado la otra, cuanto ha engordado, si fue que se operó o se tomó unas pepas magicas, en fin, un montón de pequeñas miserias regordetas que también consumen una buena porción de energía y tiempo productivo. 

Sin embargo, el aspecto más complicado, agotador y duro de trabajar con mujeres es la competencia. Las mujeres suelen ser exageradamente competitivas. Y no me estoy refiriendo a la competencia laboral, esa en la que los miembros de ambos sexos se arrancan las cabezas por ser los mejores profesionales, o por destacarse sobre los demás con buenas ideas o con extraordinaria eficiencia y proactividad. Me refiero a ese aspecto que Disney ilustró magistralmente en más de una de sus comiquitas: la competencia de las princesas. Esto es una verdad infalible y universal: todas las mujeres quieren ser las princesas del cuento. Les importan tres pepinos que el príncipe no exista, y son capaces de lo-que-sea, con tal de ser la más bella de la historia, la reina de la comarca, la preferida del rey. En un entorno laboral, esta competencia mágica se disfraza de competencia real, y es ahí donde se complica la cosa: de pronto, fulana y sutana no pueden trabajar juntas, mengana trabaja mal, y todas piensan que a perenceja hay que botarla a la brevedad posible. Y en realidad lo que pasa es que a fulana le saca la piedra que sutana y mengana sean más bonitas, pero fulana tiene un marido mejor que sutana y perenceja es más alta, y berengana y berenjena son futanas, y por ahí se empezó a desenrrollar una cabulla que es dificilísimo parar.

Lo más poético de todo esto, es que casi siempre, en sus intentos desbocados de aprincesarse a juro, terminan siendo las brujas de la historia. Y si el jefe es hombre, pues peor que peor, porque las tendencias gallinísticas se intensifican bárbaramente, y el cuento de hadas corre el riesgo de convertirse en una historia de terror. 

Tal vez estas situaciones fueran un poco menos dramáticas si cada mujer, al ser contratada, fuera recibida con el brochure de la empresa, su descripción de cargo, y un espejo parlante, que le dijera constantemente: "En este reino, la más bella eres tú".

lunes, 13 de octubre de 2008

El dedo en el ojo

Yo no se si son los agobiantes tiempos que sobrevivimos. O las elecciones. O el calentamiento global, o qué diablos. El hecho es que últimamente, he recibido una cantidad impresionante de justificaciones por parte de todos mis allegados. Las conversaciones siempre van más o menos de la siguiente manera: “mira y cuando es que te vas?” “bueno, a mediados del año que viene, no estoy segura”. Hace unos meses, esto era respondido con una mirada inquieta, que yo interpretaba de una de tres maneras, dependiendo de la persona: lúgubres presagios de tragedias en altamar, que me iba a extrañar mucho, o “ustedes si son excéntricos”.

Últimamente, la mirada inquieta se ha convertido en una mirada más bien asustadiza y esquiva, seguida por un montón de alegatos de índole personal. De pronto, recibo todo tipo de razones por las cuales los demás no están haciendo lo mismo que yo. No soy el tipo que trata de convencer a todo el mundo de que me sigan; de hecho, mi poder de convocatoria es más bien pobre. Reconozco que a algunos los martirizo con el tema de la emigración: a mi mamá, papá y hermana los tengo a monte, igual que a mis suegros. A un par de amigos cercanos también. De resto, no soy muy amiga ni de dar explicaciones ni de pedirlas. ¡El hecho es que me las dan!

Yo pienso que, por lo general, cuando una persona se está justificando (cuando nadie se lo pide), es porque se siente vulnerada. Necesita explicar que sus decisiones no están erradas, y que hacen las cosas de otra forma porque tienen razones muy válidas para eso. Yo mientras tanto escucho con atención, asintiendo. Como cuando uno va en un avión, y de pronto, sin que se lo pidamos, el piloto empieza a dar todo tipo de explicaciones: "Estimados pasajeros, estaremos volando a tal y cual altitud, giraremos en 28 grados para acá y luego daremos una vueltita más allá, y luego aterrizaremos con mucho cuidado a tal velocidad", y uno está atrás, comiendo maní y tomando una latica mínima de Coca Cola Light con UN solo hielo, un audífono colgando de una oreja, y pensando, como Seinfeld: “ok, tú haz lo que tengas que hacer, yo voy a seguir aquí atrás, con mis manicitos y mi vasito de refresco”.
Una parte inevitable de la conversación es la enumeración de los testimonios de la gente que le fue pésimo: Fulanito le está yendo malísimo, Sutanito se tuvo que regresar, Menganito se quedó sin un medio. Las historias de éxito nunca son mencionadas en estas ocasiones. Finalmente, empieza un largo interrogatorio con respecto a mi lugar de destino, que por lo general es hecho con la nariz arrugada y cara de asco. “¿Y, a dónde te quieres ir?” “a Madrid” “¿en serio? ¿y por qué no a Barcelona? ¿o a Sevilla? Me dicen que Nápoles es muy bonito! ¿En Australia no están buscando ingenieros?” A la pregunta de qué tienen contra Madrid, me contestan que con los ojos redondos y semi-vacunos que nada, pero que por qué no me voy a Londres. Estoy segura de que si dijera Miami o Sidney me contestaran que por qué no Madrid.

o.O

Hace poco, en el medio de la aparentemente inevitable conversación emigratoria, una chica que acabábamos de conocer nos dijo, con certeza absoluta: “Madrid es HORRIBLE para vivir”. Mi esposo le preguntó con una dulzura directamente proporcional a la mala intención: “¿En serio? ¿Y cuánto tiempo viviste allá?”. La chica tartamudeó: “bueno, yo nunca he vivido allá, pero un amigo mío que vivió allá dos meses me dijo que es igualita a Caracas...” “Oye, a mi en verdad no se me parece en nada… Pero tú has ido, ¿no?” “Bueno... no... nunca he ido a Europa”. En ese momento, tanto él como yo le dimos click en el botón “Ignorar” y seguimos conversando entre nosotros.

Mi interpretación particular del fenómeno es que poco a poco, la incertidumbre fatalista en la que vivimos se ha ido transformando en una terrible certeza. No sabemos nada de nada, pero estamos seguros de que lo que viene no es bueno.

Vivimos sumergidos en una terrible incertidumbre. No podemos contar con tener nuestro trabajo o nuestra empresa funcionando a 100% de operatividad el mes que viene. Si vamos a poder viajar el próximo año, si comprar o no comprar dólares, si habrá leche y carne en el supermercado. Si la cola me dejará llegar a mi destino, si me entregarán el carro que estoy esperando desde hace 15 meses. No sabemos si nuestros hijos recibirán la educación que queremos darles o la que el gobierno decida, o si mi casa seguirá siendo mía para siempre, o si la empresa en la que trabajamos o que poseemos será expropiada por el gobierno o tomada por el sindicato. No sabemos si tener bolívares, divisas, deudas o bienes. Los bolívares se evaporan con la inflación, la volatilidad de las divisas han hecho perder dinero a más de uno, las tasas de interés son preferencialmente altas pero solo a la hora de cobrarnos, y los bienes nos los roban o decomisan con la facilidad con la que se le quita un juguete a un niñito bobo. Ya ni siquiera sabemos si vamos a llegar vivos al domingo, porque el círculo de seguridad se está cerrando, amenazante, cada vez más sobre nosotros. Ya no es el amigo del amigo del amigo, ahora es "a mi amigo lo secuestraron, a mi amigo lo mataron".

En este hematoma de país, ya la gente ni siquiera está segura de su mesías personal: para algunos, las elecciones. Para otros, los estudiantes. O el golpe de estado de los militares. O el golpe de estado de la neo-bolivarquía. Ya los argumentos que intentan arrojar luz al final del túnel son esgrimidos sin mucha convicción.

Supongo entonces, que cuando le digo a la gente que el año que viene me convierto en miembro honorario de la familia imperial española, la mirada inquieta corresponde a un “¿será que yo también me debería ir?”

jueves, 18 de septiembre de 2008

Agata lA gata

Una semana fuera de mi casa bastó para ser recibida con una pequeña invasión de ratones. Mickey Mouse, no Ratattouille, afortunadamente. Lo sé porque los vi con mis propios ojitos la primera noche, cuando un escándalo en la cocina me hizo despertar sobresaltada y acercarme lentísimo con una linternita azul. El perro también aprovechó de agarrar sus 15 días de vacaciones y supongo que su ausencia incentivó un poco la invasión. Yo se que el individuo no se especializa en roedores (su curriculum decía "Osos"), y que de hecho los ratones le dan asco, pero afortunadamente, estos no lo saben.

Esa primera noche, después de un par de horas brincando a cada mínimo sonido (y en mi casa abundan), finalmente mi esposo y yo comenzamos a quedarnos dormidos. Al poco rato escuché una especie de aleteo dentro de mi cuarto. Es necesario aclarar que nos hallamos protegidos por un mosquitero, tipo Africa mía, que flota sobre la cama, blanquito y remendado por todos lados (el perro a veces pide asilo en la embajada anti-mosquitos), que inicialmente se instaló para protegernos de los billones de zancudos que conviven con nosotros, y que luego se probó muy útil para mantener a otros dignos ejemplares de la fauna caraqueña a raya. A salvo debajo del mosquitero, entreabrí los ojos pensando que el sonido tenía que ser imaginario, y miré de reojo a mi esposo. Este tenía los ojos abiertos de par en par y miraba el techo. "¿No puedes dormir?". "No, escucho ruidos por todas partes". "Yo también". Unos minutos después empezó a amanecer, y la luz me permitió descubrir que la fuente del aleteo era nada más y nada menos que un murciélago que entraba y salía de la habitación. Al principio daba una vuelta y salía, pero luego como que empezó a agarrar confianza y daba varias, o se guindaba de una forma curiosísima del techo, frenando casi en seco para guindar como un trapito de una puntita mínima.

Me paré de un salto y llegué al baño casi de un brinco. "Ya está, me voy!". "¿A esta hora?!". "Pues si, esto parece el Expanzoo!". Llegué de primera a la oficina. Los vigilantes me miraron divertidos, y siguieron durmiendo. Durante ese día estuve pensando qué solución darle a mi problema animalístico. Los murciélagos me tienen las paredes manchadas de guayaba y los ratones aparecen de vez en cuando, dada la ausencia total de paredes y de control de plagas gubernamental. Las gigantes cucarachas voladoras vienen a morir en mi sala. Una vez, una cucharacha gigante decidió venir a vivir en una esquinita de mi baño. Era tan grande que parecía una langosta de esas de las siete plagas. En fín, esta cucaracha bíblica pasó tres días pegada al techo de mi baño (durante los cuales fui consistente en olvidar comprar veneno), y me hizo bañarme en tiempos récords esos tres días, para finalmente soltar unas bolas amarillentas y ranuradas en el suelo de la ducha. Al regresar del trabajo en la noche y encontrar semejante espectáculo (por esos días mi esposo andaba de viaje), estuve tentada a darme media vuelta y a mudarme. Que la cucaracha se quedara hasta con la licuadora. A medio camino de la puerta decidí que, por más antiguo testamento que fuera, conseguirme un sitio nuevo en esta ciudad iba a ser más bíblico todavía, así que me armé de valor, prendí el agua hirviendo hasta que el vapor de agua la hizo resbalarse y caer en el suelo de la ducha, donde murió sancochada en breves instantes. Eso sí: pasé horas restregando esas baldosas. En esa ducha se podía hacer una cirugía a corazón abierto después que terminé con ella.

De más está decir que mi perro le tiene un asco increíble a todos los insectos, particularmente a las cucarachas y a los cocos.

Por otro lado está la cuestión de los pájaros. Estos me tienen la bandera tomada. No puedo ni quitárselas un ratico: no hay control posible sobre ellos. Entran y salen cuando les da la gana, y hay algunos tan grandes y gordos como pollos. A veces aparecen algunas guacharacas, escandalosas y ordinarias, que caminan en fila india sobre las barandas del jardín como si se estuvieran burlando de nosotros. No sé si es la perrarina, pero los pájaros llegan escuálidos y debiluchos y un par de semanas después están gordinflones e impertinentes. A veces, mientras yo desayuno, y cuando no hay comida en el plato del perro, se paran en la silla frente a mí y chillan. Por lo general, los pájaros no me gustan mucho. Pero a estos, los odio. Los muy cretinos me manchan todo lo que queda por ahí, incluso la ropa recién lavada. La gente trata de consolarme: "Bueno, pero lo que comen es fruta". Si, anda a quitar una mancha de guayaba de una tela.

Al revisar nuevamente el curriculum del perro, se evidenció que tampoco los pájaros se cuentan entre sus habilidades. Dice proactivo, excelente para trabajar en equipo, emprendedor , que aprende rápido, pero de ratones, cucharachas, murciélagos o pájaros, nada.

Después de mucho meditar, revisar algunas referencias en wiki y leer un par de artículos clave, decidí que la solución era conseguirse un gato. Para resolver un problema de exceso de animales, buscarse un animal adicional no parece lo más lógico, pero según el curriculum del gato que aparecía en cvfuturo.com, el control de plagas es parte de su formación. Aparentemente no es muy proactivo, pero si parece que es bueno trabajando en equipo. Así que convencí a mi esposo de que tanto a él como al perro les vendría bien una asistente, y partí en búsqueda de un gato. Preferiblemente hembra, por aquello de la igualdad de los sexos y todo eso.

Rápidamente me dí cuenta de que tener un gato es lo más fácil del mundo. Primero, todo el mundo los regala. Aparentemente se reproducen más que los conejos y los ratones, pero nadie ha sumado así que todavía no tienen refrán propio. En un par de horas me habían regalado como 8 gatos. Gracias a la amable colaboración de mi hermana, en poco rato tenía el gato perfecto: hembra, bebé, de procedencia más o menos conocida, y con los mismos colores del perro. Partí rápidamente a recogerla, y la llevé de una vez a lavado y engrase. El veterinario la revisó por todos lados (casi que la volteó como una media), después de lo cual declaró que estaba "buena", y yo quedé totalmente arañada porque estaba bravísima. En cinco minutos tenía los implementos del kit gatuno en mi carro (comida, arena y recipientes) y partí a mi casa.

Conozcan a Agata, lA gata.

Estamos en la etapa de integración del equipo. La entrada de personal nuevo siempre es complicada, ya que la resistencia al cambio, sobre todo de los miembros más antiguos, suele ser fuerte. Pueden ocurrir roces entre los miembros, y en ciertos casos, estos pueden ser fatales. Por eso estamos avanzando con cautela, tratando de que se conozcan bien antes de asignarles alguna tarea juntos.


Todavía no han encontrado muchos temas afines, pero estoy segura de que eventualmente se harán amigos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Venezuela no es Cuba

La siguiente entrada no es mía, es de la famos Yoani. Esta se las dedico a tantos que han dicho (al igual que yo) que los venezolanos no somos cubanos, y que aquí eso del comunismo no lo pueden meter.
Les recomiendo el blog. Eso sí: se consiguen un cafecito para empezar y unos whiskies para terminar, porque tanta coincidencia arruga el alma.

LA CORRUPCION DE LA SUPERVIVENCIA
Escrito por: Yoani Sanchez en Generación Y
Agosto 19, 2008.

Tiene 28 años y trabaja en la piscina de un hotel, porque su padrastro le compró un empleo en el turismo. Su dominio del inglés es fatal, pero con los dos mil pesos convertibles que le pagó al administrador, no fue necesario hacer la prueba de idiomas. Más de la mitad de las botellas de ron y coca cola que vende en el snackbar, la ha comprado él mismo a precio de mercado minorista. Los colegas le enseñaron a priorizar la venta de su “mercancía” por encima de la que el Estado destina a los turistas. Gracias a ese truco, se embolsa en cada turno de trabajo lo que ganaría un neurocirujano en un mes.
Su ritmo de gastos se apoya en las ganancias ilegales, así que trata de cumplir y no desentonar en el plano de la “incondicionalidad ideológica”. Es uno de los primeros que llega cuando convocan a una marcha o al desfile del primero de mayo. Entre sus ropas guarda, para cuando haga falta, un pulóver alusivo a los cinco héroes, otro con el rostro de Che Guevara y uno, intensamente rojo, que dice “Batalla de Ideas”. Si su jefe intenta sorprenderlo en el desvío de recursos, se cuelga una de esas camisetas y la presión baja.
Con sus pocos años, ya ha comprendido que no importa cuántas veces pasas la línea de la ilegalidad, siempre que te mantengas aplaudiendo. Unas consignas gritadas en un acto político, o aquella vez que le salió al paso a un “grupúsculo” contrarrevolucionario, lo han ayudado a conservar tan lucrativo empleo. Sus manos, que hoy roban, engañan a los clientes y desvían mercancías estatales, firmaron –hace casi seis años- una enmienda constitucional para que el sistema fuera “irreversible”. Para él, si lo dejan seguir llenándose los bolsillos, el socialismo bien podría ser eterno.

lunes, 18 de agosto de 2008

La mosca en la sopa

Fuimos a la playa este fin de semana. Decir la playa es un eufemismo, ya que desde hace años es una locura meterse en esas aguas. Las playas de Río Chico se fueron enturbiando con el pasar de los años, hasta adquirir la apariencia de una sopa de arvejas con paticas de cochino. La última vez que me bañé ahí fue hace nueve años, y un par de días después me veía como una cobija floreada, con tanto microorganismo oportunista haciendo su agosto sobre mi piel. Personalmente, considero que las personas que frecuentan esa zona y sumergen sus humanidades en semejante caldo biológico constituyen el futuro de la raza humana: aguantan lo que sea.

Retomando la idea, contaba que fuimos a la costa este fin de semana, buscando alejarnos un poco del despelote citadino. Nos quedamos en un apartamento con piscina y vista al canal. Los canales, por cierto, tampoco se han salvado del vil paso del socialismo y de la desidia: las aguas están tan turbias que es imposible adivinar lo que hay en el fondo. Uno se vuelve un poco paranoico, ya que de vez en cuando se ven burbujas en la superficie, uno que otro movimiento anormal en el agua formando ondas, algo que se asemeja a una aleta... no puede ser nada bueno si es capaz de sobrevivir en semejante medio. Tal vez sean los más asiduos bañistas de las playas, que mutaron y desarrollaron branquias y un sistema de visión capaz de atravesar la materia sólida. Sea lo que sea, después de algunas horas al lado del canal es imposible evitar una miradita nerviosa de reojo, cada cierto tiempo.

Resignados hace muchísimo tiempo a ir a la playa sin playa, y a ir a los canales sin canales, agarramos nuestros corotos y nos presentamos en la piscina con Pink Floyd, cornetitas, cavita con bolsita de basura amarrada a una de las asas, protectores, bronceadores, sombreros, libros, revistas y hasta flotador. Apenas dispusimos nuestras majestuosas posaderas en las sillas y estiramos los deditos de los pies con satisfacción, apareció en pleno la familia Telerín. Los nuevos del edificio. Primero bajaron unas 6 personas y pusieron una mesa con un mantel floreado en la sombra de unas palmeras, con varias sillas. Mi muñequito del msn levantó una ceja en ese momento, pero decidí darles la oportunidad. Al rato bajaron varios niños pequeños, que se lanzaron en la piscina y procedieron a encharcar todo en poco tiempo, incluyendo las cornetitas y las revistas. Rápidamente rescatamos a Pink Floyd del naufragio y lo llevamos a tierras más altas, decididos a no permitir que nada empañara nuestro breve paréntesis. Luego bajaron más personas con un reproductor amarillo que no ofrecía buen augurio. Era una familia grande, para nada tímida, cuyas edades variaban entre 5 y 55 años, con una marcada preferencia por las gorras y las camisetas rojas. Mi conclusión personal, y me disculpan el atrevimiento, es que eran un producto bastante estereotípico de la nueva Boliburguesía. Conteo final: 18 personas.

El reproductor, primero tímido, tocó durante unos minutos en un volumen moderado. Al cabo de un tiempo, decidimos guardar a nuestros australianos en la cartera, en parte porque se habían vuelto puramente ornamentales, y en parte porque peligraban entre tanto chapuzón infantil. Una señora gorda, presumiblemente la matriarca del grupo, subía y bajaba con un platón repleto de empanadas, las cuales aparentemente les infundían valor, porque al cabo del tercer plato ya tenían reaggeton a todo volumen y gritaban al tope de sus voces, incluso al lado nuestro, totalmente ajenos al resto de los presentes en el sitio.

Tratando aún de mantener el espíritu ligero que no me caracteriza, traté de ignorar la violenta invasión de nuestra privacidad y espacio personal, y seguí conversando como si nada. Mis dos acompañantes también hicieron de tripas corazón y, con algo de colaboración de los empresarios de Smirnoff y Frica, transcurrieron algunas horas de precaria convivencia con nuestros nuevos vecinos.

En un punto de la tarde, me quedé pensativa, con la mirada perdida en el horizonte, mientras cavilaba acerca de mis prejuicios. Pensaba con algo de arrepentimiento en mis primeras impresiones de los vecinos. Que no es posible que a la primera vista de una prenda roja yo arrugue la nariz como si se tratase de un zorrillo. Que tal vez la equivocada sea yo, y es normal que los demás pongan aromatizadores de baño en sus escritorios. Que a lo mejor estoy muy amargada, y realmente no vale la pena molestarse porque los niños de otros mojen tus electrónicos, tus libros, tus toallas y tu ropa.

En ese momento, mis pensamientos se vieron interrumpidos por mi esposo, que sostenía algo en la mano, y nos decía: "¿Qué será esto? Estaba en el fondo de la piscina". La combinación de piscina y vodka le suelen inducir la búsqueda de pequeños tesoros perdidos en el fondo del agua. Mientras todos mirábamos su mano con curiosidad, él súbitamente abrió muchísimo los ojos y lanzó lejos el objeto nadador no identificado. Lo lanzó con tanta fuerza que cayó en el canal. Inmediatamente se salió del agua, dejándonos dentro, completamente sorprendidos. "Hay otro en el fondo", dijo, "sálganse". "¿Otro QUÉ?" El nos señaló algo que flotaba, inocentemente, en el agua a unos metros de nosotros.

Y ahí estaba. Como una evidencia implacable de la pírrica realidad nacional. Gritándome a todo volumen y sin necesidad del reproductor amarillo, que no importa cuanto trate de hacerme la vista gorda con respecto al estado de las cosas, siempre podré contar con esos pequeños detalles que me regresan de un empujón a la dura verdad. Me acordé de que tenemos playas, pero están contaminadas. Tenemos llanos, donde secuestran a los hacendados. Tenemos selvas, invadidas por la guerrilla. Tenemos petróleo, que financia nuestra propia destrucción. Terminaron la carretera que comenzaron hace treinta años, pero ya se rompió un pedazo. Que nuestra gente es tan alegre y tan jodedora, que se caga en sus propias piscinas.

lunes, 28 de julio de 2008

Colesterol del malo

Este socialismo híbrido que nos asfixia constantemente por estos días se está filtrando por todas las rendijas de las vidas de los venezolanos. A cada paso nos estrellamos con una pared roja, con una boina roja, con un loguito rojo, que nos detienen el avance. Vivimos en la ciudad de la furia, viendo como la bendita luna se torna roja a punta de pistola. Sin embargo, todos aceptamos estos hechos con una resignación pausada y dramática, ya que de cierta forma, estamos acostumbrados a que nos digan qué hacer, y en muchos casos, hasta lo esperamos. Yo nací y crecí en la social-democracia bipolar y ligeramente esquizofrénica que nos dominó durante los famosos cuarenta años: el socialismo del "no me des, ponme donde haya".

Veamos este ejemplo, en una empresa cualquiera: alguien pide prestada un área restringida durante un rato para una actividad. Cuando finaliza, se va dejando un desastre. El resultado es que el área no se vuelve a prestar, sin excepciones, a nadie. El argumento es siempre el mismo, y seguramente todos lo habremos escuchado e incluso utilizado en alguna ocasión: "lo presté una vez y mira lo que hicieron, ¿para qué voy a volver a hacerlo?" Sin embargo, si analizamos con un poco de cuidado el caso, se está haciendo una generalización injusta para el resto de la gente que no daña las cosas, que las cuida, que es decente, y que se preocupa. "Justos pagan por pecadores", es la otra frase, catoliquísima, por demás, que se suele usar para anular totalmente los esfuerzos individuales en nombre del Mal Común. Del colectivo. De la mayoría.

Para mí, la respuesta lógica es dirigirse a la persona que cometió la falta, y tomar las acciones correctivas del caso (un reclamo, un castigo, una amonestación, un despido, un añito en la cárcel, lo que sea). La respuesta que se suele dar a este argumento es que "para qué, si todos son igualitos".

El mensaje es claro. Si acaso queda alguien decente por ahí, que se olvide: sus esfuerzos se van a ver diluidos en el lodazal de los cerdos que lo rodean. O aprende a sentarse sobre su colita ensortijada, o termina entre dos blancas tiritas de papel encerado. En dos palabras: está frito. No tiene posibilidad de mejora. No hay meritocracia que valga. No hay esfuerzo alguno que le proporcione recompensa. La consecuencia de esto es evidente: las personas decentes que quedan, ante la falta de incentivos, poco a poco irán abandonando sus prácticas de respeto y responsabilidad, y se irán alistando en las filas facilistas de los que son todos igualitos, hasta que eventualmente, no queden más seres humanos, sino puros chanchos. Si extrapolamos esto a todos los hogares, a los colegios, universidades, y empresas, no es de extrañarse el olor a grasa imperante en las calles y avenidas de nuestras ciudades.

Supongo que dentro de algún tiempo, no mucho, no será sorpresa ver a algún muchachito cruzar un semáforo cargado por hormigas, mientras que el presidente del país dá sus declaraciones amarrado en un árbol.

sábado, 28 de junio de 2008

Solo queda el cansancio

Paciencia. 

De acuerdo a Wiki, la paciencia es el estado de tolerancia bajo circunstancias difíciles. Esto puede significar perseverancia ante atrasos o provocaciones sin molestarse ni exasperarse, o demostrar temple bajo presión, especialmente al enfrentar dificultades a largo plazo.

En muchas religiones, la paciencia es una de las virtudes más cotizadas. Incluso hay quienes creen que hay que practicarla como un arte. Pero al parecer, en este país, estas son definiciones del pasado, sin vigencia, en las cuales ya nadie cree, al igual que los semáforos y las libertades individuales.

Veamos por ejemplo nuestro comportamiento en el supermercado. Hacemos nuestra cola, (aquellos que todavía la hacemos). La persona que está adelante coloca sus compras en la banda sin fín, y apenas la cajera toma el primer objeto y empieza a trabajar, nosotros comenzamos a colocar nuestras compras sobre la bandeja. No importa que la bandeja esté o no atiborrada de víveres, o que la cajera se confunda, o que estemos codo a codo con la persona que está delante. Al final terminamos amontonando toda nuestra compra en una pilita de 20x20 cm, porque evidentemente, fuimos más rápidos en mover la comida de un sitio a otro, que la cajera en cobrarlo, y la otra persona en pagar e irse. En una ocasión, un señor ligeramente distraido estuvo a punto de pagar también mi comida en su afán por acelerar el proceso: cuando la cajera me pidió mi tarjeta, el señor le entregó la suya, ya que toda su compra estaba prácticamente sobre la mía. Lo usual es que la persona de atrás no espere a que uno reciba el vuelto para adelantarse y empujar ligeramente con el codo y una miradita de reojo, con cierto odio. "Quítate pues".

La paciencia es una cualidad admirable en el que está detrás de uno, pero detestable en el que está adelante. 

De la misma manera que hay gente que sencillamente no quiere esperar su turno, hay otras que creen que su turno es eterno, y no respetan el tiempo de los demás. Otro ejemplo de supermercado: el otro día estaba esperando en mi colita, y se acerca una muchacha con un niñito (un crío horroroso), con un pote de leche en una mano y unas galletas en la otra, y me mira con cara de becerro atropellado. La verdad es que con semejante niño tan feo y tan escandaloso, le digo que pase sin pensarlo dos veces. La cajera toma la leche y las galletas y las pasa, y en ese momento, la muchacha dice "espérate un momentito que se me olvidó algo", y se va. Regresó unos minutos después con un montón de cosas, y sin el niño, lanzó las cosas en la caja y salió corriendo a buscar al niño, que seguramente estaba a punto de ser embandejado por feo. Y luego pasó dos tarjetas diferentes porque no se acordaba de la clave, y tuvo que llamar al marido para que se la dijera. Para cuando terminó de pagar, me debatía entre odiarla a ella y sentir compasión por el pobre marido por tener que soportar a semejante par.

En una ciudad como esta, y en esta época, el tiempo es un elemento escaso y por lo tanto, súmamente valioso. Tanto para nosotros como para los que nos rodean. La mayoría de la gente quiere entrar y salir con la mayor velocidad posible de un supermercado, de una farmacia, o básicamente, de cualquier situación que requiera hacer una cola. Sin embargo, hay que entender que las actividades requieren un tiempo para ser llevadas a cabo. Sin importar que tan rápidos y ágiles seamos lanzando lechugas dentro de la cestita, o de cuanto hayamos calculado la logística, cada proceso requiere un tiempo determinado.

Hay un factor adicional a considerar: la estupidez es libre, universal, y no distingue entre razas, fronteras, edades o sexo. Y evidentemente, tampoco distingue religión, como se escucha claramente todos los domingos en la salida de las iglesias citadinas. Por lo tanto, nuestras probabilidades de cruzarnos con un idiota cada vez que pongamos un pie en la calle, son bastante altas (y para muchos, incluso dentro de su propia casa). Por lo tanto, casi siempre que salgamos a la calle vamos a tener que enfrentarnos con la muchacha que no sabe estacionar su vehículo y uno la ve con desesperación como cruza el volante hacia un lado y el otro, y vuelve a quedar exactamente en el mismo lugar. Con la señora que usa la tarjeta del cajero por segunda vez en su vida. Con el hombre de negocios maleducado que no suelta el celular y tiene a todo el mundo esperando que se digne a prestar atención. Con el viejito de 800 años que tarda dos minutos en arrancar en un semáforo que dura tres. Con el que después de hacer una cola larguísima, llega a la caja a pagar y entonces empieza a decidir qué es lo que quiere. Con la esposa que no le pasa ninguna tarjeta y tiene que llamar al marido. 

La vida en esta ciudad se ha vuelto muy dura. Tal vez la cantidad de sucesos malos que nos abruman diariamente, la ausencia total de buenas noticias, la violencia que nos rodea, el colapso de todos los servicios, la escasez de alimentos e insumos, y la falta de certidumbre con respecto al futuro en el que hemos aprendido a vivir, han hecho que perdamos la empatía mínima que hace falta para poder vivir en sociedad.

Con el fin de mejorar nuestra propia vida, es prudente que comencemos a asumir nuestra propia responsabilidad social (aplicando el término correctamente) y a colaborar con los que nos rodean. Debemos ser ciudadanos considerados, y sobre todo, necesitamos recordar como tener paciencia con los más lentos, los más torpes, con los menos afortunados, y hasta con los idiotas. 


jueves, 12 de junio de 2008

Manual de Carreño para un Cerebro Dual

No es raro, en estos tiempos, y al menos en esta ciudad, ver como la persona con la que uno conversa envía mensajito tras mensajito por su teléfono celular. Es de lo más normal que la persona que te está cobrando en la caja de cualquier negocio esté conversando con otro cajero, haciendo bromas con el resto del personal, hablando por teléfono, o contestando preguntas de otros clientes. Una vez me tocó una cajera en un banco que se estaba pintando las uñas de color rojo-puta-loca mientras yo la miraba incrédula del otro lado del vidrio. De más está decir que toda la transacción fue agónica. ¿Quien no habla por teléfono mientras lee y contesta un e-mail? ¿Quien no tiene 8 ventanas abiertas en la computadora mientras trabaja?

Yo particularmente, en lo que suena mi teléfono, abro mi correo y empiezo a filtrar y borrar, de pronto contestar alguno que otro que no requiera mucho esfuerzo, organizo mi desktop, borro algunos archivos repetidos... En mi computadora tengo siempre abiertos al menos cinco programas: Photoshop, Domus, Outlook, SAP, y Explorer (con 13 pestañas abiertas, por supuesto).  Eso en un buen día. En días complicados, tengo esos cinco, más 5 documentos de Excel, 3 o 4 correos, 3 pantallitas del SAP, y todo esto mientras hago un render y escucho música. Mientras, me quejo porque "este coroto si está lento".

En estas últimas semanas me he visto obligada a detenerme y oler las flores. Lo cual es bueno, porque las flores ciertamente huelen muy bien aunque me dan un poquito de alergia, pero es malo, porque me da tiempo de dar un paso atrás y de ver el paisaje completo. The Big Picture, como dice Bailey. Una de las cosas que he notado es que esta manía de hacer varias cosas simultáneamente no es necesariamente una virtud que nos hace más productivos o proactivos. En ocasiones puede ser hasta contraproducente y muchas veces, desagradable.

Haciendo un repaso del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Carreño, el cual me se casi de memoria porque mi papá me hacía leerlo cada vez que me castigaba cuando era chiquita, (era una edición marroncita con algunas comiquitas supergrotescas), es de malísima educación estar haciendo otra cosa mientras alguien nos habla. Lo cual es lógico, ya que cuando hablamos con alguien lo mínimo que esperamos es que esa persona nos escuche con atención. Tal vez las mujeres tengamos ciertas ventajas en este tema gracias a nuestros skills multiconversacionales, pero los caballeros, jamás. Por ejemplo, mi esposo, cuando trabaja mientras habla por teléfono, es facilísimo detectarlo. Entre mi pregunta y su respuesta hay un delay de unos 10 segundos. "Hola, cómo estás?" 1...2...3.... 10.... "Bien". Y aquel silencio. Más de una vez he mirado la pantallita de mi teléfono pensando que se cayó la llamada. Otra forma de detectarlo es porque se escucha claramente el teclado de la computadora. Recuerdo un día en que protesté porque estaba tecleando, y dejó de hacerlo. Al rato, empecé a escuchar el discreto click click del mouse.

Más de una vez he estado sentada en un café o en un restaurant con dos o tres personas, y he terminado sacando mi teléfono para ver a quien puedo llamar, ya que todos mis acompañantes están instalados visitándose con alguien más por los suyos. Saco mi teléfono para no verme tan estúpida, tomando café sola y viendo la decoración del local, tratando de aparentar dignidad. Los teléfonos celulares merecen no un capítulo aparte de Carreño, merecen todo un libro. Yo lo empezaría con la siguiente frase: "Si el teléfono suena, no TIENES que contestarlo". Razonamiento: hay momentos para todo. Si es una emergencia, seguramente la persona va a dejar un mensaje y va a llamar dos o tres veces más antes de desistir. En mi oficina, las reuniones son insoportables: todos los vendedores se llevan sus teléfonos y contestan todas las llamadas a viva voz. Irónicamente, los clientes se quejan de que nunca se pueden comunicar con ellos. Eso si: todos y cada uno de los 12 integrantes del departamento agarra sus dos celulares (nunca lápiz y papel) antes de entrar a una reunión.  Claro que en mi oficina no se distinguen precisamente por sus modales ejemplares. A nadie se le ocurre dejar el teléfono vibrando, y devolver la llamada al salir, por ejemplo. Como en el cine. Aunque tuvieron que crear anuncios previos a las peliculas solicitándole a la audiencia que apagaran sus teléfonos durante la función. Igual que los profesores y los médicos.

Un capítulo largo y necesario sería el de los Blackberry: instrumentos afinados para las mentes difusas. Llamada-mensajito-llamada-chisme-mensajito-facebook-mensajito. Clickclickpitbotoncitosendclick. Todo chiquitito con la puntita de los dedos. Insoportablemente obsesivo. "Es una herramienta de trabajo". Sip, los mensajitos y Facebook son indispensables para la productividad de todo ejecutivo. Para ser totalmente franca, nunca he visto a nadie trabajando con un Blackberry. 

En el postgrado, la gente se lleva sus laptops. Primera generación del Blackberry. Apenas llega el profesor, todos los estudiantes diligentemente abren su messenger y su Facebook. En cinco minutos el salón se llena de ruiditos de teclados, los cuales encuentro totalmente innecesarios y molestos, ya que nadie está realmente investigando nada ni copiando la clase. Incluso he visto como chatean entre ellos en el mismo salón. Hay profesores que incluso exigen que la gente cierre los computadores y preste atención a la clase. Lo cual, considerando que en postgrado uno se inscribe voluntariamente, y la plata suele salir del bolsillo propio, es como ilógico. Tuve un profesor terrible, cuyas clases fueron una pérdida absoluta de dinero y tiempo, pero la materia era de asistencia obligatoria y un requisito para el título. Para esas clases me llevaba mi laptop, y me ponía "away" en la vida real.

Supongo que es inevitable que queramos hacer varias cosas a la vez, sobre todo viviendo en una ciudad en la que una parte importante de nuestro tiempo útil del día se pierde en una cola, pero me he dado cuenta de que en este afán de maximizarnos, terminamos perdiendo productividad, educación, y hasta amigos. Me parece que la clave para este embrollo puede ser el establecimiento de prioridades y la definición de un método. Cuando hago demasiadas cosas simultáneamente, al menos en el trabajo, termino siendo un poco descuidada en todas, o tal vez menos detallista, lo cual generalmente termino pagando más adelante. El tiempo que me ahorré inicialmente por estar contestando el correo mientras hablaba con alguien por teléfono, lo tuve que usar después en desenrrollar la madeja que se me formó por no haberme dado cuenta de que el correo venía con dos adjuntos en vez de uno. De la misma forma, más de una vez he querido lanzar mi computadora por la ventana porque se me guindó, aún estando conciente de que fue mi culpa, porque en qué cabeza cabe que esa pobre máquina pueda manejar la tonelada de programas que yo pretendo que corra. "No tiene memoria RAM para ejecutar la operación". Su frase favorita. Cuando trato de hacer demasiadas cosas a la vez, me tardo muchísimo en cerrarlas, y la calidad del resultado es inferior al que puedo obtener si las ejecuto de una forma más organizada y metódica. Aparentemente, yo tampoco tengo tanta memoria RAM como creo. Y así como es absolutamente atorrante cuando arranca un proceso inesperado en la computadora que nos pone la máquina lentísima, (por ejemplo una actualización o el antivirus), es insoportable cuando uno está tratando de conversar con alguien, de cháchara o de trabajo, que está asintiendo con la cabeza pero no despega la vista o la oreja de su teléfono. Aunque esa persona sea Dual Core, sus procesos se ven afectados por el incremento de actividades y termina con la velocidad de respuesta afectada.

Carreño dice que hay que prestar atención a nuestro interlocutor, y que hay que mirarlo a los ojos mientras habla, no interrumpirlo, y responderle de manera educada y moderada. Lástima que ya nadie se acuerda de Carreño.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Petete New Age

Algunas personas opinan que si poseen información que puede ayudar a otra persona a mejorar, es hostil no compartirla. Sienten una especie de deber moral en presencia de las anécdotas y opiniones ajenas, e interrumpen continuamente las conversaciones dando indicaciones de lo que debió hacer, pensar, sentir y decir su interlocutor. Hay gente que da contundentes consejos acerca de temas de los que no saben absolutamente nada, y más de una vez me han extendido una recomendación con cara de circunstancias (esa cara de "qué bolas tienes tú") alguien que no ha seguido su propio consejo nunca.

Hay ciertos temas que son álgidos: todo el mundo sabe de dietas y de perros. No hay manera: si uno inocentemente echa el cuento de la dieta que está haciendo, hay tres dietas mejores que esa, hay cuatro historias de gente que la hizo y que no le funcionó, hay cinco personas que obtuvieron mejores resultados con otra dieta, y seis personas que murieron súbitamente por insistir en hacerla. Si alguien dice que quiere adelgazar sin dieta, a punto de ejercicios, en dos minutos tiene un cuaderno de dietas. Si dice que está haciendo las dos cosas, le dicen que tenga cuidado con el potasio. Si está solo haciendo dieta, lo botan de la habitación. Con los perros, es increíble: hasta los alérgicos a los pelos tienen respuestas paternalistas de todo lo que los demás hacen mal con sus mascotas y cuantas cosas podrían mejorar en la educación del perro.

En muchísimas ocasiones he visto como una excelente anécdota es completamente arruinada por constantes interrupciones de alguien que insiste en explicar cómo hubiera reaccionado de haber estado en esa situación, (lo cual sería la manera "correcta" de reaccionar, evidentemente), y que siempre agrega un pequeño consejito al final de cada frase ("tu deberías"). En mi caso, acepto hasta dos consejos: a la tercera interrupción me quedo callada y me limito a fingir que escucho las infinitas oleadas de sabiduría mientras repaso mi agenda del día siguiente, mientras miro a la otra persona y asiento, atentísima, con mirada vacuna. 

El new-age empresarial (o la evolución de Og Mandino) erradicó la palabra consejo del vocabulario de los adultos contemporáneos. Ya no se dice aconsejar: se dice retroalimentar, dar feedback. Se creó toda una filosofía alrededor de esto, ya que un empleado al que no se le puede decir que es un desastre no va a mejorar nunca, convirtiéndose así en un punto sensible para las empresas proporcionar a sus empleados un feedback certero, productivo y que no genere más incomodidades que beneficios. Es muy fácil hacer de un empleado motivado y bueno, uno muy desmotivado: una evaluación injusta suele bastar. Esta nueva religión gerencial nos instruye en el arte del feedback, y lo separa de dos maneras: positivo y negativo, solicitado y no-solicitado. El feedback positivo ocurre cuando le decimos un elogio a la otra persona, y no importa si es deseado o no, siempre es bien recibido. El negativo aparece cuando estamos criticando a la otra persona, y nunca es bien recibido. Sin embargo, si es solicitado, tenemos muchas más probabilidades de que sea aceptado que cuando salimos de un arbusto a decirle a otra persona lo que está haciendo mal.

La mayoría de las personas concentra sus esfuerzos en darle a los demás feedback negativo-no-solicitado. Traduciendo al cristiano renacentista: en criticar a los demás. Adicionalmente, la mayoría de las personas se ofende cuando sus perlas de sabiduría no son bien recibidas o son ignoradas por el receptáculo de sus consejos. 

En el capítulo 3 versículo 25 de la biblia del gerente moderno, introducen el tema de como dar el feedback. Evidentemente, no es lo mismo decirle a una persona: "y no has pensado que quizás si lo haces de esta manera..." que "es que lo que estás haciendo es una estupidez". Aunque efectivamente, lo que esa persona esté haciendo sea una estupidez. El nivel de agresividad de nuestros consejos suele influir en como son recibidos. 

Tengo amigos que son los clásicos Libros Gordos de Petete: todo lo saben, y lo que no saben, lo inventan. Más de una vez me vi en una situación comprometedora por estar siguiendo consejos de este tipo de personas. Hay que tener cuidado con la gente que tiene respuestas para todos los temas: a menos que sea una reencarnación confirmada de Leonardo Davinci, con código y todo, no me fío de los toderos. También conozco gente que funciona como la nueva cámara de Sony: apenas detectan una sonrisa disparan un consejo. Hasta que no te borran la maldita sonrisa de la cara no se quedan tranquilos. Algunos tratan de ser empáticos, y aconsejan con cara de tragedia y tonito condescendiente (a esos lo que me provoca es partirles la cara). De más está decir que a este tipo de retroalimentadores compulsivos no les presto la menor atención, y me limitó a decirles que si a todo. Ni siquiera pierdo el tiempo llevándoles la contraria. En lenguaje teenager: yeahyeahyeahwhatever.

Otro caso digno de estudio es el del feedback solicitado. Yo me la paso en eso, dada mi manía de incursionar en campos que no son los míos. Sin embargo, hay que tener cuidado también con esta rama de la ciencia: así como hay personas que son incapaces de decirte que lo que hiciste está de terror para no herir tus sentimientos, hay otras que se sientan, se suenan los nudillos, imprimen lo que enviaste, y proceden a analizar con lupa y microscopio cada pulgada, y luego te pasan un reporte detallado con índice, bibliografía y marco teórico. Luego uno se ve en el compromiso de imprimir 90 hojas tamaño carta en la oficina, y de pasarse un par de horas con un resaltador y un marcadorcito rojo resaltando los puntos importantes para desglosar por temas y áreas antes de seguir trabajando. Afortunadamente en mi oficina está prohibido malgastar papel, así que después del tercer párrafo dejo de leer porque me mareo. Por suerte quedan algunas personas con capacidad de entregar un reporte concreto, objetivo y general, que es lo que uno usualmente está buscando.

Yo particularmente detesto que me den consejos que no estoy solicitando. La única forma de que yo acepte y siga un consejo que no pedí, es que la persona que me lo está dando sea mucho mejor que yo en ese tema. Mejor, como en Profesional. O como en muy viejo. O como muy experimentado. Un consejo de viajes de una persona que nunca en su vida ha viajado, se entiende que después de la segunda palabra lo que escucho es una especie de estática: mi cerebro interviene inmediatamente y corta las comunicaciones. Si aparece la mirada vacuna en medio de un consejo, significa que mi cerebro se aburrió y se fue a un lugar mejor.

En el Cantar de los Cantares del Gerente Moderno, se resume el tema del feedback de la siguiente manera: 
- Evite dar un feedback negativo no solicitado. Si siente que es imprescindible, entonces aborde el tema en un momento apropiado, y si es un tema delicado, preferiblemente de manera privada y cara a cara.
- Siempre proporcione feedback positivo.
- Solicite feedback siempre que pueda. Es la forma más rápida para mejorar.
- Cuando le haga un feedback a otra persona que se lo está solicitando, procure utilizar un lenguaje apropiado, e incluya los aspectos positivos y los negativos en su feedback.

Siguiendo estos cuatro pasos básicos y simples, es bastante factible que los consejos no se queden huérfanos dando vueltas por ahí. Aunque hay algunas personas que si los siguen, van a desaprovechar sus extraordinarias dotes lingüisticas que tanto uso le dan. Quien sabe: tal vez si se callan un rato y dejan de ver lo que los demás están haciendo mal, empiecen a revisar sus propias vidas.

martes, 20 de mayo de 2008

Yo quiero mi llaverito

En épocas como esta, el planteamiento de la emigración parece inevitable. Las alternativas son cada vez menos para los ciudadanos de a pie, para los que no tienen afiliación política con el partido de gobierno, y para los que todavía tienen ciertos escrúpulos. Ganarse la vida como Dios manda se ha vuelto, por lo menos, escabroso.
Sin embargo, una y otra vez escucho la misma respuesta cuando la interrogante (irse?) surge en las conversaciones. "A mi me está yendo muy bien". Seguido de una larga explicación de lo interesante y conmovedor que es el trabajo de esa persona, y de un recuento de sus posesiones.
No dudo que haya gente a la que todavía le esté yendo bien, y supongo que a algunas personas les seguirá yendo bien, en una medida inversamente proporcional a la cantidad de escrúpulos que tengan, pero pienso que hay otros factores a considerar cuando se decide el futuro de una familia.
Tengo un amigo que bajó este fin de semana para La Guaira. Venía en su canal, tranquilo, en su camioneta, con todos sus papeles en regla. Un guardia nacional lo paró en una alcabala, y antes de que mi amigo se bajara del carro, le indicó que su vehículo era "sospechoso". Abrió el capó y le dijo que el serial era dudoso y que tenía que dejarle el carro para "averiguaciones". Esto implica que el carro tiene que pasar por varios entes gubernamentales, lo cual puede tardar entre 4 y 6 meses, y que le quedará con un expediente abierto que le dificultará la venta más adelante. Eso, o darle 10 millones de bolívares al guardia. Es totalmente irrelevante si los seriales son adulterados o no, aunque según la inspección que le hizo cuando lo compró, el carro debería estar bien.
Cuando esta persona narra su drama, recibe respuestas como estas: "Bueno, quien te manda a tener una camioneta". "Te vieron cara de niño rico y por eso te agarraron". "Quien te manda a tener una camioneta y a no tener real para mantenerla".
Hagamos una pausa y un minuto de silencio por la muerte de los derechos individuales.
Hay algo que los venezolanos parecemos haber olvidado hace mucho tiempo: cada quien tiene derecho a gastarse su dinero como le de la gana. Mientras esté enmarcado dentro de la ley, cada individuo tiene la potestad de decidir si agarra sus reales y los entierra en el jardín, los quema o los convierte en una floreciente industria de gnomos hidropónicos. ¿Cómo esto puede ponerse en duda? ¿Estamos tan acostumbrados a que nos digan qué hacer que ya renunciamos definitivamente a ese derecho y nos entregamos? A veces siento que me tomaron mi bandera y que no hay nadie preocupado por recuperarla: todo el equipo está criticando a Radonski y a Leopoldo y nadie está pendiente de ver qué está haciendo el equipo contrario.
Más escandaloso aún me parece el hecho de que los gastos de soborno y extorsión se incluyan de manera natural en el mantenimiento del vehículo. Tengo que reconocer que es la posición más sabia, una especie de seguro bolivariano. Sin embargo, me parece una locura tener que acostumbrarme a vivir de esta forma. No existe ninguna cantidad de dinero que me proteja contra el vacío absoluto de leyes, y contra la arbitrariedad de los que se encuentran en el poder en este momento. Me siento absolutamente expuesta e indefensa, totalmente a la merced de cualquiera que pase por la calle y se antoje de mi o de mis cosas. "Tengo que vender ese terreno, me lo van a invadir o me lo van a expropiar". "El tipo me chocó por detrás pero no me paré porque me dió miedo". "No me han entregado mi cédula porque no hay material, pero igual tuve que sobornar al policía". "El tipo compró un juez y salió la sentencia a su favor aunque legalmente debía ser para mi, así que yo tuve que buscar uno más arriba, ya me la están revirtiendo. Eso sí: me salió más caro".
Forrest Gump dice: "shit happens". Yo se a ciencia cierta que a mí me pasa a cada rato. Puedo presumir que es cuestión de tiempo antes de que me llegue mi hora. Algún día vengo tranquila por la autopista, y me cambio de canal, y de la nada aparece un motorizado (de esos que ahora son legales que circulen entre los carros a toda velocidad en la autopista), y me lo llevo, y aunque no haya sido mi culpa, me desgracié la vida. Si no me linchan en la autopista los camaradas del muerto, voy a tener que vender mi alma para pagarle indemnización hasta al perro del tipo. ¿Quien me va a defender? ¿Quien me va a ayudar? ¿Quien en su sano juicio se va a parar en el medio de un desnalgue de cuarenta motorizados que están golpeando a una desconocida para ayudarla?
Es de conocimiento de todos que tener una camioneta en este país es una promesa. La promesa de una pistola incrustada en el huequito del cerebelo. Entonces, ¿no me puedo comprar una camioneta? O, ¿me compro una camioneta y reto las estadísticas? Aunque será que la compre usada y me arriesgue a que me vendan una camioneta chimba con los seriales adulterados, porque nueva no la voy a conseguir, a menos que le pase una comisioncilla a un vendedor para que me colee en la larguísima lista de espera. Recuerdo que antaño la gente se bañaba y se perfumaba, iba a un concesionario, y un vendedor se desvivía mostrando los vehículos, tratando de convencer al cliente de que esa marca era la mejor, de que ese automóvil es excelente, de que ese color es precioso, pero si no le gusta aquí tengo la carta, puede escoger. Y uno decía: neh, y se iba a otro concesionario porque "allá me ofrecieron unas alfombras más bonitas y un llaverito".
Ya ese derecho de escoger el color o la marca, o incluso el momento en el que se adquiere un vehículo se ha vuelto irrelevante cuando se contrasta con la inseguridad en la que vivimos. La violencia de nuestra realidad es incuestionable, basta abrir el periódico o conversar con cualquier persona para enterarse de cosas tristísimas, y aunque bien es cierto que estas cosas han pasado siempre, es importante aceptar que nunca han pasado con tanta frecuencia, intensidad e impunidad como ahora.
Emigrar no es para todos. Hay que ser muy fuerte para mudarse de país con cierto éxito. Sin embargo, dadas las condiciones actuales, yo considero que emigrar requiere menor fortaleza moral que permanecer aquí.

martes, 6 de mayo de 2008

Venezuela: el país de las pequeñas Alegrías

Vamos. No todo es tan negro, no todo es tan malo. No seamos exagerados y pesimistas. Este es un país que todavía tiene mucho que ofrecer! Los venezolanos, alegres y dicharacheros, siempre conseguimos la manera de buscarle el lado bueno a la situación, siempre andamos buscándole el queso a la tostada. Así sea una untadita de Cheeze Weez, se lo encontramos.

Seguramente en el último año, después del terrible recuento de un robo a algún conocido, usted habrá escuchado (o dicho!) la siguiente frase:
"Bueno, gracias a Dios que no te pasó mas nada!"
Y todos quedan muy satisfechos porque a la persona en cuestión le robaron sus pertenencias, durante unos momentos muy estresantes y peligrosos, pero "corrió con la suerte" de que el malhechor no era muy creativo y de que no terminó decorando el estar de alguna casa envuelto en Envoplast. 

Muchas veces, esa misma persona que fue víctima del hampa, cuya vida peligró, y cuyas pertenencias perdió sin remedio, tiene que sufrir fuertes recriminaciones de sus allegados, quienes invariablemente descubren una falla en su sistema de seguridad personal, y terminan echándole la culpa de su robo: "Bueno pero quien te manda a andar por esa zona a esa hora". (yo misma le dije eso a mi pobre esposo una vez, refiriéndome a Plaza Venezuela a las 2 de la tarde, por lo cual me disculpo). O: "Tú no sabes que en la cola no se puede andar hablando por celular? Y menos ese coroto que tienes tú, que es un imán para los choros!"

Recientemente, gente cercana a mis amigos han sido víctimas de la nueva plaga nacional: el secuestro. Express o Auto-Mac, la respuesta de todos los que escuchan la cruenta historia (una vez recuperada la pobre alma) es la misma: "Gracias a Dios que no te lo mataron". Y la mejor: "Menos mal que los choros eran panas, hasta me dieron unos tips".

En nuestro afán de verle el lado bueno a todo, no nos detenemos ahí. Yo he observado que la gente a mi alrededor, y para qué negarlo, yo misma, nos estamos alegrando por las cosas más pírricas que se nos pueden ocurrir. Si un día no nos encontramos la horrorosa cola de siempre, llegamos sonrientes a nuestro destino: "Que bien! No me agarró casi cola! En vez de tardarme una hora y media me tardé solo 45 minutos en recorrer los 6 kilómetros!". Si vamos al supermercado y conseguimos leche, es un éxito rotundo! Yo me emocioné el otro día al borde de las lágrimas porque conseguí Leche Líquida Descremada, cosa que no había visto en un año. Llegué a mi casa a comer cereal a las 3 de la tarde, solo porque podía. Aunque mi emoción fue nublada por una señora que apareció de la nada (todavía no estoy segura si brotó del suelo o saltó por encima de la nevera de los quesos),  y miró mi carrito con ojos desorbitados, chirriando entre dientes "Donde conseguiste eso?", señalando mis dos tristes litricos con un dedo torcido y arrugado, con un anillo enorme y feísimo colgando de un lado. Tímidamente, le señalé un anaquel vacío: "Allá, pero eran los únicos que estaban...". La señora miró nuevamente mi leche y luego me dirigió una mirada caculadora y fría que me hizo tragar seco. "Eran los últimos que habían.... ay mijita.... tu si tienes suerte"....  Lo cual me estresó más todavía, así que empujé mi carrito, y cuando estaba como a un metro de ella, le dije: "Si, verdad? Tengo muchísima suerte. Hace un año que no tomo leche." Y me alejé, casi corriendo. (De más está decir que luego no podía alejarme de mi carrito ni un metro, y al final hasta me apresuré en pagar por si acaso.)

Nuestro optimismo es tal, que incluso sentimos una gratitud enorme cuando nos atienden bien en un restaurant o en una tienda. Este es el único país en el cual la fidelidad de los clientes se logra solo con no insultarlos. Yo he llegado incluso a tratar de reforzar esta actitud: cada vez que alguien me atiende bien, le digo unas 4 o 5 veces: "Muchísimas gracias, muy amable". Afortunadamente esto no me pasa casi nunca, no tengo madera de docente. Y si es un mesonero y me trata con cierta cordialidad, aunque no me sonría, y me trae lo que pedí en un tiempo más o menos razonable, le dejo una propina hermosa. Para todo el que haya puesto un pie en un local comercial en Caracas, está clarísimo que esta situación es, en el mejor de los casos, rara, así que no me preocupo por mis finanzas.

Un caso que encuentro frecuente y curioso, es la reacción de la gente a los sucesos políticos del país. Nos montan un control de cambio, y la gente agradece que "por lo menos tenemos los 3000 dólares". Nos quitan 2600 para financiar sus desastres providenciales, y la gente dice "bueno, pero por lo menos dejaron algo". Tenemos 10 años agonizando en la más pura miseria, pero "qué alegría tan grande que no nos oficializaron comunistas en la reforma". Cierran las fábricas y las fronteras, pero "por lo menos no han cerrado Globovisión". 

Es oficial: hay que agregar a la larguísima lista de virtudes neo-modernistas del venezolano, esta nueva característica optimizadora del caos, que nos permite seguir viendo la vida amarillita y brillante, como siempre.

No ha pasado nada, que no cunda el pánico. Esto todavía no es una dictadura. Este muérgano quiere llevarnos a un comunismo, pero no lo va a lograr. No-lo-vamos-a-dejar.


miércoles, 23 de abril de 2008

La Fugitiva

Durante los gloriosos y olvidados meses del pico y placa, yo salía a las 07:10 de la mañana de mi casa, y llegaba en 20 minutos a mi oficina. Antes de esta iniciativa, yo me tardaba entre una hora y una hora y cuarto en llegar. Cabe acotar que sin absolutamente nada de tráfico, de mi casa al trabajo se llega en unos 8 minutos.


En el período que estuvo vigente el pico y placa yo estaba de acuerdo con su implementación, pero con el pasar de los días, cambié de opinión. Ahora pienso que fue una crueldad permitir que nos diéramos cuenta de que había vida afuera del carro. Hubiera preferido no saberlo.


La estrategia del gobierno es clara y evidente. Nos dan millones de vehículos y no hacen nuevas vías para colapsar la ciudad. Ponen control de precios y de cambios y destruyen la industria para que haya escasez de alimentos. Nos cambian la cédula, el pasaporte, la licencia, y hasta las amalgamas para que tengamos que sacar toda la documentación de nuevo. Hacen elecciones cada seis meses. La estratagema es obvia: todos pasamos tanto rato metidos en una cola que no nos queda energía, ganas o tiempo de patalear por nada. ¿Nos quitan los dólares de Cadivi? Ok. ¿Vamos a la guerra con Colombia? Bueno... ¿Van a cambiar el sistema educativo? Ni modo. ¿Que subieron las tasas de interés? Déjame ver si llego al mercado antes de que me lo cierren y luego sacamos cuentas. ¿Que llegó la leche al Excelsior? Corran todos a hacer la cola mientras yo busco los potes!!!


Sincérese. Hoy en día es imposible salir de la casa sin terminar en algún momento del día parado en una cola desesperante, de esas que llega un momento en que nos provoca ahorcarnos guindando una cuerdita del agarracagao. Todo está colapsado. No nos limitemos a pensar en la cola que recubre las calles de la ciudad como una culebra metálica infiernal. Hay cola para comer. En el banco. Para entrar al estacionamiento de cualquier centro comercial. Para comprar las chucherías en el cine. Para salir del cine. Hay días en los que la cola comienza en la puerta de mi urbanización, y termina en la puerta de urbanización: como que le da la vuelta a la ciudad conmigo. Como para acompañarme, no sea que me sienta solita.


El otro día salí de mi casa a las 6:45 am, pensando que iba a llegar bien tempranito al trabajo para comerme una rica arepita de carne mechada. Todo iba bien, pero en los caminos verdes de los caminos verdes el tráfico estaba como más lento de lo normal. Yo venía escuchando un Audiobook, mi última nota antiestrés (sumamente complicado lo de manejar a 10 kmh leyendo), así que no venía escuchando la radio. Por lo tanto, me pareció que había bastante cola, un poco más fuerte de lo normal, pero más nada. Pasan los capítulos del libro y yo como que cada vez me movía más lento. A las 8 de la mañana ya estaba llamando por teléfono a todo el mundo, y le daba desesperada a la radio para tratar de averiguar qué había pasado. A las 8 y media más o menos me informan que Un Policía Suelto en Baruta aparentemente se cayó a tiros con los Soprano en alguna parte de Caracas, y por esta razón las entradas y salidas de Las Mercedes estaban trancadas. O que un avión se estrelló en la autopista. O que un policía de Baruta le cayó a tiros a un avión. O algo así.
Bueno, pensé, ni modo, tengo que llegar a la oficina, eventualmente levantarán el problema y esto avanzará. Y seguí escuchando mi Audiobook. Lo malo es que no tenía suficientes capítulos para tanto vidrio que recoger, así que tuve que cambiar de estrategia y me puse a ver los podcasts que tenía guardados en mi maravilloso aparatito anti-tranca. Mientras veía un videito de esos de gente que se tropieza y se cae y me reía a carcajadas (como mala gente que soy, me encantan), una muchacha en una camionetita roja me miraba con profundo odio, y estiraba la cabeza tratando de ver qué tenía en las manos. Cuando avancé un poco entendí su cara: con ella venía un bebé de unos dos años gritando como un demente y golpeando el tablero con un juguete. Cuando se me acabaron los videos, pasé al siguiente nivel, y me puse a jugar los pocos jueguitos tontos que tengo guardados. Nota mental: bajar más videos y más juegos. Luego empecé a leerme otro cuento de Poe, pero para ser franca, ya en ese punto la desesperación había alcanzado un pico en la gráfica. Casi le cambio el aparatito a la chica por el bebé: una mascota fastidiosa por un ratico, para distraerme. Pero no lo hice, sobre todo por temor a que me dejara al bebé y se llevara mi aparatico para siempre. En este punto, era como si alguien me estuviera clavando una hojilla en la pituitaria. Tenía hambre, tenía sed, tenía calor, y tenía ganas de ir al baño. Y principalmente, tenía 4 horas tratando de llegar a mi trabajo, que está a 8 minutos de mi casa.


En ese punto, me arranqué la hojilla de un tirón, llamé a mi oficina, anuncié que me iba para mi casa y que nos veíamos "cuando baje la cola, no se cuando", y casi picando cauchos arranqué en sentido contrario, para encontrarme casi inmediatamente con una doñita de esas que no tienen horario a 20 kilómetros por hora, paseandito por la ciudad. Casi la mato, a la doñita.


La siguiente semana, todavía un poco traumatizada, salí de mi casa un poco más temprano que lo normal, por si acaso, y dos horas más tarde llegaba a mi trabajo. Llegué arrastrándome y de mal humor, con ganas de insultar a todo el que no había pasado dos horas en el carro.



Me dediqué entonces a analizar la situación. Tomé notas en un cuadernito, registré tiempos, horarios, número de idiotas por segundo en la vía, rutas alternativas, y al final obtuve la siguiente gráfica:


De la cual se deriva que evidentemente, estoy frita.


Finalmente, decidí que lo más prudente es salir antes que el bululú. Sin embargo, la amenaza está siempre latente, ya que un retraso de 10 minutos puede implicar el retorno de la hojilla en la pituitaria (ver gráfica). Por lo tanto, aunque salgo a las 6 de la mañana, voy como alma que lleva el diablo, huyendo de la cola. Y a las 5 pm me voy de mi oficina disparada, al mejor estilo de funcionario de la cuarta (porque los de la quinta se van al mediodía, no nos engañemos), huyendo de la cola de las cinco, tocándole la corneta a cuanto paseante ose atravesarse en mi camino.


Total que ahora llevo una vida de película, y me siento como Harrison Ford, y al igual que él, vivo escapándome de una condena por un crimen que no cometí.

martes, 22 de abril de 2008

La lección de Roxanita (o Como plantar una Bomba)

Siguiendo el último trend literario, hoy voy a hablar de Facebook.
Enfrentémoslo: estamos enviciados. Facebook pasó de ser "otra página más de amiguitos" a "Home". Es un vicio más sano que ver noticias de política, por lo menos: nunca se me han puesto coloradas las orejas porque fulanito agregó a sutanito, o porque el otro se salió de un grupo, o porque alguien me envió una aplicación ofensivamente cursi.
Sin embargo, los detractores de todo ya están sacando sus armas y apuntándolas directamente a la cabecita de la F. Las madres se reunen en los colegios con los profesores, preocupadísimas. Los filósofos despescuezan la tecnología en contundentes columnas en los periódicos. Los bloggers establecen impresionantes posturas morales al respecto. El gobierno nos amenaza con cataclismos imperiales y con la muerte debajo de una montaña enorme de publicidad. Los perdedores que no tienen ni una foto decente, ni un amigo que agregar, ni un perro que exhibir, se desgarran las vestiduras orgullosos de no ser como los demás.
Las críticas que he escuchado hasta ahora giran principalmente alrededor de la seguridad personal, lo cual encuentro tremendamente irónico. En un país donde nadie sabe cuantos muertos hay en un día, pero que todos saben que son muchísimos, en donde no existen las leyes, y por lo tanto los ciudadanos no tienen ningún tipo de protección, y en donde nuestra información personal se encuentra por 5 bolívares en un quemadito de manos de cualquier buhonero, pensar que el verdadero peligro se encuentra en esa página es absurdo. Adicionalmente, invertir energía en combatirla, en vez de atacar las políticas que nos están destruyendo como sociedad, o en defender nuestros propios derechos humanos, es una barbaridad.
He escuchado de todo: que los secuestradores tienen acceso a demasiada información personal, que los ladrones van a saber cuantos televisores hay en tu casa, que las malignas corporaciones van a venir a obligarnos a comprar miles de estupideces que no necesitamos.
La verdad es la siguiente: si usted ha sido marcado por un secuestrador, ese individuo no va a crear un perfil de Facebook y a hacerse pasar por amigo suyo y a meterse en los mismos grupos de usted para poder ver sus foticos y su dirección de correo. El ya sabe cuantos vehículos hay en su casa, cual es su horario de trabajo, a qué gimnasio va su pareja, quienes son los amiguitos de sus hijos, y cuantas veces su perro ha tratado de tragarse al gato del vecino. Sabe de cuanto dinero dispone en líquido, cuanto tiene en el exterior, y cual es su capacidad de endeudamiento (esto incluye préstamos de los amigos y familiares). También sabe cuanto tiempo requiere para que usted o su familia reunan la cantidad solicitada. Y no va a variar su target dependiendo de cuantos panitas tiene en su cuenta, ni de qué tan rumbero es. Tampoco espere recibir un test de los malandros locales ("¿Qué clase de Víctima eres? Llorón? Suplicante? Agresivo?") antes de ser despojado de su carro tres tiros de por medio.
Otro argumento que encuentro vacío es el del ataque publicitario: "Facebook te quita tu información (!?) y te pone en una base de datos (!?) que va a ser repartida entre las MegaCorporacionesDiabólicas para... hacerte comprar cosas!". Si, esa base de datos se llama Internet, y existe desde hace un montón de años. Si la publicidad lo afecta tanto que llega al punto de perder su libre albedrío, entonces realmente no me interesa su opinión: es usted un bobo. Si no quiere ver publicidad, múdese de siglo.
El tercer argumento más sonado es la invasión a la privacidad, ya que todo el mundo publica fotos e información tanto propia como ajena, que a veces no les corresponde divulgar. Facebook es una herramienta de gestión de chismes (el SAP de los chismes!!!), y realmente para eso sirve y para eso debe ser usado: para averiguarle la vida a los demás, sea con buena, regular o mala intención. Este movimiento facebooksiano, si algo ha hecho, es evidenciar la poca privacidad que existe en la actualidad. El sistema que desarrollaron es rápido, conciso y se retroalimenta. Antes los chismes se propagaban a través de llamadas telefónicas, e-mails, fotos y mensajitos, ahora, existe una herramienta adecuada para esto.
Las madres preocupadas lo que realmente temen es que los niñitos vayan a poner fotos o videos "inadecuados" en internet, y que se revele alguno que otro secretillo familiar que no debe salir nunca a la luz pública (estados previos de gordura, arrugas matutinas, una que otra peíta).
El uso y abuso de esta herramienta no se puede atribuir a nadie sino al usuario. El ejemplo de internet es perfecto para demostrarlo: ver pornografía en internet no es obligatorio (contrario a lo que muchos hombres argumentan), es opcional. En consecuencia, cuando alguien sube fotos inapropiadas de otra persona, o hace un comentario inadecuado, ese individuo es responsable de su decisión, no la página.
Finalmente, un consejo: si usted no quiere que le publiquen fotos y videos vergonzosos en internet, si usted no quiere estar de boca en boca, si usted quiere aparentar ser un ciudadano de primera, entonces séalo. No haga cosas vergonzosas en público, sea decente, ético y honesto, y probablemente no se cruzará con sorpresas desagradables. Su alternativa es no serlo, pero entonces asúmalo y no se queje porque su fachada fue descubierta.
Aprendamos del novio de Roxanita.

lunes, 21 de abril de 2008

The Monopoly Guy

La semana pasada necesité comprar un antibiótico en la farmacia. Cerca de mi trabajo hay dos alternativas: Farma y Farmatodo. Por costumbre, ya que los precios son iguales, me dirigí a Farmatodo con mi récipe y mi monedero. (Farmatodo es una cadena enorme de farmacias, que ha ido monopolizando el mercado hasta dejarnos casi sin alternativas. Las opciones son las dos mencionadas y Locatel, pero Farma tiene como 5farmacias, y Locatel 3. Las otras 124 son de Farmatodo).
Tomo mi número y veo la pantalla: faltan 5 personas para que me atiendan. Automáticamente me acerco al stand de maquillaje, el cual está estratégicamente colocado cerca del área de farmacia. Rara vez salgo de ese local sin haber comprado un montón de estupideces que no necesito: está diseñado para que eso pase. Una pinturita me llama la atención y me visualizo comprándola en rosado. Volteo un par para ver bien el color, sin sacarlas del stand (porque luego es un fastidio volverlas a meter), pero todas son rojas. Escucho el pi-rú que llama al siguiente número y me acerco.
Cuando estoy pagando en la caja, se acerca una de estas muchachitas que siempre están en el pasillo del maquillaje, con su uniforme usado y lavado diez mil veces, un pegoste de rímel barato en las pestañas, y la mirada de resentimiento que suele acompañar a las muchachitas medio boniticas que tienen que trabajar. La chica me toca el hombro con el dedo índice estiradísimo, dos veces. Yo la miro de reojo, y me dice: "¿Donde pusistesss la pintura que agarrastesss de allá?". Aún de reojo, le digo, con una mueca en la cara, que no tomé ninguna pintura, que debe estar donde ella dice. El dedito estiradísimo vuelve a incrustárseme en el hombro, y en un giro de 90 grados la confronto: "si, dime". La chica me dice: "Yo te vi cuando agarrastesss la pintura y te la metistesss dentro de la manga de la chaqueta".
Inmediatamente sentí ese familiar calorcito nacional que subió por mi garganta hasta mis orejas, y viendo rojo, me quité la chaqueta y se la tiré en el pecho. En el mismo movimiento metí mis manos en los bolsillos de mi falda y los volteé, y le dije: "Si eso es así, entonces busca la pintura tu misma. O prefieres raquetearme? Quieres que ponga mis manos contra la pared? Revisa la chaqueta y agarra la pintura si estás tan segura." Ella puso la chaqueta sobre el mostrador y se fue sin decir nada a la misma esquina en la que ha estado de pie desde hace bastante tiempo. Terminé de pagar, y tratando de controlar la furia y la indignación, le dije a la cajera que por favor me llamara al gerente de la tienda. La chica levantó un teléfono todo sucio y golpeado y habló con alguien. Me indicó que por favor esperara un momento, que ya el gerente venía a atenderme. Cinco minutos pasaron, en los cuales mi estado de ánimo no había hecho sino empeorar, y volví a acercarme a la chica: "¿podrías por favor indicarle al gerente que lo estoy esperando?", a lo que me respondió que el señor estaba viendo el video. Pensé que muy bien, que viera el video, así sería más fácil poner en su sitio a la dependienta frustrada de la esquina.
Finalmente baja el gerente. Un tipo cuarentón, simple y desabrido, de aire enfermizo, con ojeras azuladas y mirada poco inteligente. Vestía también uniforme del local, pero con Mangas Largas. Su aspecto me recordó al del muñequito del Monopolio. Su uniforme también había sido lavado diez mil veces. Me miró con odio y resentimiento, lo cual me hizo preguntarme si no sería familia de la de la esquina, y me lazó un sorpresivo: "entonces, ¿como hacemos?". Con los ojos muy abiertos, en una mueca de incredulidad, le dije que eso mismo me preguntaba yo, pues lo que estaba esperando era una disculpa de parte del personal de esa tienda. El hombrecillo me contesta que vió el video, y que el video se veía claramente que yo tomaba la pintura y la llevaba conmigo hasta la caja, pero que de ahí en adelante no se veía más nada y que por lo tanto él no sabía donde había puesto la pintura.

Analicemos mi situación:
1. El gerente de la tienda me está mintiendo, ya que me dice que vió algo que no pasó.
2. Lo que dice el gerente que vió no coincide con lo que vió Miss Esquina.
3. Yo no he salido de la tienda, así que técnicamente no me he robado nada. Si lo que dice Miss Esquina es cierto, tienen dos opciones: o me dejan salir para que active la alarma de la tienda, o me retienen y llaman a la policía para que me revise. Si lo que dice Monopoly Guy es cierto, entonces existe la posibilidad de que me haya arrepentido en el camino y haya dejado la pintura por ahí, o que de verdad esté tratando de robármela, para lo cual tiene las mismas opciones mencionadas anteriormente.

Sin embargo, lejos de llamar a la policía, o de verificar algo, o de tratar de mejorar la situación de alguna manera, el hombrecillo me seguía mirando con odio, mientras yo me debatía entre brincarle encima y enterrarle un cepillo entre los dos ojos, o meterle todas las pinturas de labio por el trasero.

Finalmente, decidí que la batalla estaba perdida, porque cualquier cosa que le dijera a este indiviuo era en vano: me iba a mentir. Por otro lado, decidí que no había ninguna razón por la cual yo me tuviera que defender, ni me sentí obligada a demostrar mi inocencia, mi honestidad y mi honor delante de extraños que me acusaron sin pruebas y que mintieron: realmente dudo que sepan el significado de esas palabras.

Después de unos segundos de observarlo con los ojos entrecerrados, le dije: "Yo tengo cinco años trabajando cerca de aquí, y siempre he comprado todas mis medicinas en esta sucursal. Esta es la última vez en mi vida que piso esta maldita tienda. Y le puedo apostar que ni mi esposo, ni mis padres, ni mi hermana van a volver aquí. Y de la gente que trabaja conmigo, le garantizo que después de que yo les cuente la forma como me trataron, habrán varios que no van a volver tampoco."

Esta dupla peligrosísima del Monopoly Guy y Miss Corner es más frecuente de lo que podemos imaginar. Este tipo de gente es el que puede destruir la imagen y la clientela de un negocio. Y eventualmente, de un país.